Fiel
Autor: Guerra Junqueiro, poeta portugués.
En la luz de sus ojos tan lánguida y severa
había una manera
de disgusto repuesto;
era un perro ordinario, un perro can sin dueño,
que no tenía collar y no pagaba impuesto.
Avezado a los vientos y a las noches sin dueño,
recorría los viejos barrios de la miseria
en busca de comida;
y, al surgir de la luna la palidez etérea,
el pobre perro aullaba una canción funérea,
triste, con las tristezas oceánicas del mar.
Si la lluvia era grande y el frío era inclemente,
tendíase al cobijo de los grandes portales;
resignados y mustios sus ojos virginales.
Parecía nostálgico de unos vagos cariños;
nunca ladró a los pobres de capas desgarradas,
y, como jamás hizo ningún daño a los niños,
le solían los niños perseguir a pedradas.
Una vez casualmente, un mísero pintor
bohemio y soñador,
se encontró por las calles al miserable can;
el artista era una alma heroica y desgraciada,
que habitaba una oscura buhardilla ignorada,
donde sobraba el genio, donde faltaba el pan.
Un alma que tenía el amor de la gloria,
el gran amor fatal,
que unas veces nos lleva, radiante a la victoria
y otras veces al cuarto sin luz de un hospital.
Y, al ver al magro aspecto del pobre can baldío,
le dijo:
-Tu destino casi es igual al mío:
yo soy, como tu eres, un proletario roto,
sin familia, sin madre, sin hogar, sin abrigo,
¡y quien sabe si en tí, mísero perro ignoto,
no acabo de encontrar a mi primer amigo!
Derramaba la luna su luminosa calma,
y del ínfimo can, el intenso mirar
daba a entender las ansias y la inquietud de un alma
que está encerrada y quiere volver a hablar....
Supo ver el artista, en los ojos de brasa,
el mutismo elocuente de un corazón humano;
y le dijo así:
_ Fiel, vámonos hacia casa,
que tu serás mi amigo, desde hoy, y yo tu hermano.
Y vivieron después los dos, buenos estoicos,
compañeros leales, puritanos heroicos,
partiendo por igual miserias y dolores.
Cuando el artista débil, exhausto y miserable,
sentía vacilar el genio inquebrantable
merced al cual avanzan los fuertes luchadores;
cuando creía a veces, que eras bienandanza
partir con una bala su última esperanza,
poner punto final a su destino odiado,
le decía su amigo de los ojos serenos:
-Yo sufro...y ya tu ves, la gente sufre menos
si alguien sufre a su lado.
Mas la fortuna, un día la odiosa millonaria,
llegándose al artista, le dijo, alegremente:
"¡Un genio como tú, viviendo como un paria,
arrastrado del hambre por la fría corriente!.....
Ya ha tiempo que este cambio lo tengo en la cabeza,
pero ¡Vives tan alto! lo digo con franqueza
¡Cuesta un esfuerzo grande subir a un quinto piso!
Ven conmigo; la gloria se te echará a los pies"...
Y así fué. Al otro día, las mejores Frinés
sus mejores caricias brindaron al pintor;
la gloria, deslumbrante, le iluminó la vida
con su bella alborada espléndida, nacida
de toques de clarín y alardes de tambor.
Era feliz:
su álano dormía, en su alfombra, a los pies de su lecho;
y todas las mañanas le besaba las mano,
gruñendo con un aire tranquilo y satisfecho,
Más ¡ay! el dueño, ingrato, desleal compañero,
sumergido en un mar de goces y delicias,
ya soportaba mal las festivas caricias
de su leal cerbero.
Y pasó el tiempo.....El can, esto es, el desdichado,
perdió la paz y el sueño,
viéndose muchas veces herido y castigado
por la simple razón de seguir a su dueño.
Enfermó...perdió el pelo, las fuerzas, la arrogancia...
Su dueño no podía verlo sin repugnancia,
y mandó que cerraran la puerta de su encierro.
El habitaba, entonces un frío cuarto oscuro,
y dándole a comer un hueso blanco y duro,
cuya carne arrancaron los dientes de otro perro.
Y era como un infame, miserable asesino,
condenado a la cárcel y a galeras después;
si gruñía, llorando su misero destino,
los lacayos brutales le daban puntapiés....
La lepra corrosiva se incrustó sobre el hambre....
y cuando al sol, ponía sus espaldas obscenas,
sobre todas las llagas se posaba el enjambre
de las moscas que viven chupando las gangrenas.
Hasta que un día, sintiéndose morir,
"-No moriré sin verle; quiero ir
a exhalar, a sus pies, el ultimo gemido"....
Y, arrastrándose los pies, exhausto y moribundo,
metiósele en el cuarto, lo mismo que un bandido.
Cuando el artista vió llegar al can inmundo,
gritó con violencia:
_¡Por aquí, todavía, se arrastra este animal!
Es preciso acabar con tanta impertinencia.
¡Está podrido y tiene llagas...y huele mal!
Le echó la mano al cuello muy cariñosamente,
y le dijo con el aire de un buen amigo:
_¡Pobrecito Fiel mío!...¡tan viejo y tan doliente!
ven que te acostaré; sal del cuarto conmigo.
Y salieron los dos: todo estaba desierto;
la noche era sombría, era enorme aquel huerto,
y el viejo can, andando del dueño en seguimiento,
vacilante, sombrío,
oía no muy lejos, como un presentimiento,
¡el hondo sollozar monótono del río!
¡Y comprendió, por fin! Acaban de llegar
al agua; y el pintor
agarrando una piedra se la ató al collar,
fríamente, cantando una canción de amor.
Y el can, sublime entonces, impasible y sereno,
clavaba sus pupilas en las tinieblas mudas,
con aquella amargura ideal del Nazareno,
recibiendo, en la faz, el ósculo de Judas.
Y pensaba...._"Es lo mismo....mi muerte va a ser cierta;
pero cumplir sus órdenes es mi único deber.....
él me abrió aquella tarde la piedad de su puerta;
moriré, si le doy, con mi muerte, placer."
Luego, súbitamente,
el artista arrojó el perro al agua brava:
y, al darle un puntapié, cayóle en la corriente
la gorra que llevaba....
Era un dulce recuerdo de una hora de locura,
la memoria de un rapto de placer, concedida
por la más caprichosa y gentil criatura
que él amó, como se ama solo un día en la vida.
Y volviendo a su casa, decía el hombre, airado:
"¡Por el maldito perro perder este tesoro!...
¡Cuánto mejor sería haberle envenenado!
¡Maldito sea el perro!....¡Daría montes de oro,
la riqueza, la gloria, la existencia, el futuro,
para volver a ver aquel precioso objeto,
dulce recordación de aquel amor tan puro!"
Y acostose nervioso, alucinado, inquieto.
No podía dormir.
Apenas nace el día_¡Extraño!_oye que dan,
en su puerta unos golpes....Se levanta y va a abrir;
y recula espantado. Es Fiel, el pobre can,
que retorna, anhelante, exánime, enarcado,
a gruñir y a exhalar el último estertor,
soltando de los dientes, al caer fulminado,
la gorra del pintor.
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